[Nota: esta historia está inspirada en la situación real vivida haciendo la Serrana in the Limit 2012]
Mis compañeros se quedan esperando en el centro del prado con las bicicletas, exactamente donde la senda deja de estar definida y me lanzo en frenética carrera a pie buscando la continuación en este laberinto rocoso con trampas de bosque y escaramuzas de espino.
Trabajo rápido husmeando aquí y allá. Mi vista recorre las laderas intentando distinguir una horma, una referencia, un rastro del paso continuado de personas y bestias que confirme la dirección correcta. Camino ágil con la respiración entrecortada apartando las ramas secas con las manos protegidas por los guantes de ciclista. Ahora el sol está a punto de ocultarse tras las Villas. Lo miro de reojo cuando su corona acaricia el Blanquillo; a su vez él me ilumina con sus últimos rayos de una luz lechosa y tenue amortiguada por la calina de un día extenuante.
He encontrado una traza que parece la buena. Me lleva en paralelo al arroyo de las Grajas hacia las ruinas de un cortijo. Las hojas nuevas de las nogueras y los chopos son mecidas por el reseco solano que se cuela desde el valle. La senda vira hacia Levante y remonta en la dirección correcta. ¿Vamos bien? Parece que sí. Parece… porque unos minutos más adelante el rastro se va perdiendo y me aboca a una cerrada sin fondo ni escape.
Empiezo a sopesar la posibilidad de que, quizás, tengamos que hacer noche con lo puesto. Mi mente intenta funcionar en frío admitiendo una opción dura pero no definitiva.

Concentrado en el latido desbocado del corazón remonto ladera arriba arañando la blanda caliza con las calas de mis botas rígidas. (Se me aparece fugaz la imagen de unos días atrás cuando en la arista del Cartujo descubríamos el arañazo de los crampones en la roca desnuda.) Uso las manos para apoyarme en las aristas más definidas de las rocas y entre la malla se me cuela el agudo aguijón de un ardo reseco.
No importa. Ahora estamos en otra batalla diferente: la de salir de aquí por arriba.
Me detengo en un promontorio para bajar las pulsaciones y escruto con mis ojos las señales de esta ladera descarnada. Y así, entre grandes bloques grises de dolomías y derrubios blancos de tierras blandas adivino una horma firme y segura que rompe en horizontal la fuerte pendiente. Aprieto los tendones y jadeando gano la plataforma clara y familiar del ansiado camino de herradura. Me permito un grito de júbilo y acto seguido echo a correr para regresar junto a mis compañeros.
Tras doblar un espolón y justo antes de internarme en una densa mancha de pinos me despido del horizonte tras las crestas de las Villas. Una vez más, hemos salvado la bola de partido.
en impresiones

José Antonio Pastor González
Hago montañas desde que tengo uso de razón. Primero al lado de casa en mi Atalaya y en el Almorchón de Cieza. Después por las sierras de Segura y Cazorla que son mi segundo hogar. Finalmente, y por supuesto, también en Sierra Nevada y el resto de las cordilleras Béticas.
Todas ellas son el terreno de juego protagonista de esta web gracias a la cual disfruto por partida doble: primero subiendo las cumbres y luego relatando mi experiencia. Sed bienvenidos y gracias por vuestra visita.
Esas sensaciones me son bastante familiares, pero yo no habría podido contarlas tan bien.
He intentado ubicar el lugar que comentas y después de leer el relato de 2012, imagino que sería pasado los Centenares para enlazar con El Collado de los Frailes. En las ruinas de la Casa Forestal del Prao de la Peguera. !!La de gente que se ha perdido en ese punto!!. La pista continúa varios centenares de metros valle abajo pero hay que desviarse antes por las ruinas de la casa para buscar la senda que remonta la ladera del barranco. En bici es muy facil pasarse esa desviación.
Jejeje… tienes toda la razón Luis, ése es precisamente el punto en el que nos extraviamos. Es curioso porque había estado varias veces por los Centenares y la Hoya de la Albardía, pero nunca había enlazado el collado de los Frailes con el Prao de la Peguera. Leí una vez en internet cómo se lo explicabas a alguien (creo que era visón) y me quedé con la copla. Por eso, aunque no les había dicho nada a mis compañeros, yo sabía que al llegar al Prao de la Peguera había que hilar fino para encontrarla.
El caso es que luego, un año más tarde, pasé caminando y lo vi mucho más sencillo. De hecho, había hasta un hito donde arrancaba la senda desde el mismo carril. Evidentemente, con la bici, no lo vimos 🙁