sierra de Baza, Granada
junio de 2018
6 h
60 km
1400 m
inestable, llovizna, templado
recorrido por pistas forestales, carriles, algo de carretera y un poco de senda en la zona de Arroyo Bodurria
croquis en mapa no disponible
track disponible aquí
Para cerrar la primavera con la burra en el sur tengo sobre la mesa varias opciones. La más ambiciosa supone una travesía completa de las Villas que me exige dos días. Como la meteo anda muy insegura y además no me sobra el tiempo por temas de curro prefiero apostarlo todo a una jornada completa por los carriles y las sendas de la Sierra de Baza, un enclave de las montañas del sur al que cada vez le tengo más aprecio.
Me apetece mucho recorrer otra vez el arroyo Bodurria. Mi anterior visita fue en pleno otoño que es cuando más lucen los álamos y los castaños, pero no estaría nada mal echar un vistazo en pleno Junio, en el clímax de una primavera excepcional con generosas nieves y lluvias.
Voy conduciendo por la A92 navegando entre los grandes macizos esparcidos de las Béticas. En el cielo se amontonan las nubes y me caen algunas gotas conforme me adentro por el caserío de Gor hacia las Juntas. La sierra se presenta hostil y fría hasta en pleno Junio. Tan sólo las amapolas le dan un toque de calidez a la escena.
En el vado del río Gor, un poco más arriba de las Juntas, aparco la furgo. Me encuentro con una señora muy mayor con muletas y mantengo una charla animada. Me cuenta que nació en los Pulidos y que tiene muchos hijos, la mayoría de ellos trabajando lejos de casa. Añade que le operaron de las caderas hace unos pocos meses y que está fastidiada. Con fortaleza y dignidad se despide y me desea que disfrute mucho de su sierra. También me dice que lleve cuidado por allá arriba. Sabias palabras.
Nada más empezar a dar pedales y cruzar el río Gor la pista tiene unas rampas tremendas. Siendo el camino natural hacia Charches está en perfecto estado y remonta fuertemente hacia las Casas de Don Diego, un paraje de excepcional belleza con fuente, árboles y un sendero habilitado para cualquier persona. Dejo pasar la pista que sale a la izquierda hacia los Prados del Rey y continúo dirección sur buscando el cruce de los Cuatro Caminos.
Cuando llego al mismo la tímida lluvia que me venía acompañando desde más abajo se convierte en un fuerte aguacero y me refugio bajo las ramas de una encina. Aprovecho para tomarme el bocadillo mientras observo como las nubes se cierran sobre la Sierra Nevada de Almería como si fueran el telón de un escenario. Me abrigo con todo lo que llevo porque la temperatura desciende muchos grados. Menos mal que pronto se detiene la lluvia y puedo continuar por terreno ascendente bajo la cumbre del Calar de Rapa.
En un momento dado la pista comienza a ser más llana y se introduce en zonas espesas de bosque de coníferas. Cuando el trazado se adentra en alguna vaguada aparecen especies vegetales más querenciosas de lugares húmedos. Cuento hasta tres fuentes al lado del camino de las que además mana abundante agua. Menuda primavera más buena hemos tenido.
Llevo algo de mosqueo con la bici porque en los descensos la rueda de atrás hace un ruido escandaloso. Parece ser un problema con los trinquetes del buje. Me estoy acercando al Puerto de los Tejos y en mi cabeza debo tomar una decisión: 1) puedo seguir con el plan previsto, lanzarme a tumba abierta hacia el arroyo Bodurria y arriesgarme a que la bici me deje tirado muy lejos del coche, o 2) puedo ser conservador, remontar unos pocos metros hasta el Puerto de los Tejos y dejarme caer por la cara norte del Calar de Rapa hacia Casas de Don Diego y las Juntas.
«Si me he pegado un guarrazo y he salido indemne eso significa que hoy es mi día y que no puedo desaprovecharlo.»
Mientras valoro ambas posibilidades me despisto un segundo, el justo y necesario para comerme una rodada en una zona de barro, tocar con la rueda delantera el perfil endurecido de la tierra y salir volando por encima del manillar. Todo ha sido tan rápido que me quedo un buen rato sentado sobre un charco. Apenas tengo un golpe fuerte en el muslo con el puño de la bici y magulladuras superficiales en las rodillas. Me levanto con calma, compruebo que todo está bien y le echo un vistazo a la burra, a ver si sigue operativa.
Parece que funciona. Vuelvo a pedalear ahora con más calma si cabe y mi reflexión continúa ahora todavía más mediatizada por el incidente que no ha tenido graves consecuencias. En la bifurcación donde debo decidirme tomo la opción más lógica: si me he pegado un guarrazo y he salido indemne eso significa que hoy es mi día y que no puedo desaprovecharlo. Conclusión: giro a la derecha y desciendo a toda tralla buscando el curso del Arroyo Bodurria. Mi única cautela será mantenerme en las pistas y carriles principales desechando trozos de senda. No quiero jugármela en lugares extraños.
Esta zona es una preciosidad. Delante de mí se despliega uno de los valles más espectaculares de este enorme macizo: pueblos de arquitectura singular, árboles monumentales, aguas permanentes y una geología singular en la cual la sierra de Baza pasa de ser un bastión de calares calizos a convertirse en prima hermana de la Sierra Nevada más metamórfica.
Con tranquilidad voy haciendo kilómetros casi sin dar pedales. Me abstraigo del ruido ensordecedor de los piñones y logro concentrarme en una atmósfera cada vez más limpia y tranquila. Cuando atravieso el vado del Bodurria y la pista se empina casi lo agradezco pues dejo de castigar el eje trasero. Aunque me cuesta volver a coger el ritmo de subida, enseguida caliento motores y alcanzo la carretera que enlaza Caniles con Abla. Como nunca la he atravesado completa me pongo en ella y me dejo llevar por su trazado tranquilo y la ausencia total de vehículos. (La otra opción que tengo es bajar al Arroyo de Moras por pista y luego remontar por carril al Pico Padilla.)
Cuando tengo el Pico Padilla a la vista tomo referencias de un carril que se adentra por el barranco del Aguardentero. Por ahí quiero regresar para hacer el mayor tramo posible del curso alto del arroyo Bodurria. Pero eso lo dejamos para después. Ahora me concentro en las fuertes cuestas que me separan de la garita forestal de la cumbre.
Los últimos metros son tremendos y los hago sobre el sillín por un estúpido ataque de orgullo. Al llegar a la cima apoyo la bicicleta en el vértice y me sucede algo extraño: dentro del refugio está el agente forestal para controlar el tema de los incendios. Sin embargo, esta persona prefiere quedarse dentro y ni siquiera se asoma para saludarme. Me extraña muchísimo ya que mi experiencia con estos trabajadores es que les gusta salir y conversar. En mi situación respeto su intimidad y me conformo con hacerme una foto apoyando la cámara en una piedra.
«Esta parte de la ruta es la más espectacular sin duda: los álamos centenarios, la divisoria de dos miles, las perspectivas del Calar de Rapa y el trazado sinuoso de un arroyo Bodurria recién nacido son los alicientes.»
Sin mucho tiempo que perder regreso por el camino de fuerte pendiente y tomo un atajo que me acerca otra vez a la carretera de asfalto, justo donde desemboca la pista que viene de la aldea de las Tablas. Me dejo caer menos de un kilómetro y abro la amortiguación de la burra porque busco el curso del Arroyo Bodurria por el camino más directo: bajando el barranco del Aguardentero por un carril muy empinado.
Esta parte de la ruta es la más espectacular sin duda: los álamos centenarios, la divisoria de dos miles, las perspectivas del Calar de Rapa y el trazado sinuoso de un arroyo Bodurria recién nacido son los alicientes. Pero aún hay algo más: la huella del tiempo tal y como se aprecia en la aldea de los Mellizos. Siempre que visito pueblos abandonados me pongo en modo silencio, intento comprender cómo fue la vida bajo el cielo, sobre las rocas, con la mirada en el horizonte, junto a los árboles venerables de la ribera del arroyo. La aldea de los Mellizos sucumbió a la lógica implacable de los movimientos migratorios en la segunda mitad del siglo XX. Un caso más a tener en cuenta en los despoblados de las montañas del sur desperdigados por todos los montes, por Segura y Cazorla, por la Almijara y Sierra Nevada, por la sierra Sur y Mágina.
En este tramo debo echar el pie a tierra en trechos muy cortos para encontrar la mejor vereda. Cruzo el arroyo un par de veces y, finalmente, a la altura del Cortijo de Orrivalí, me puedo relajar dando pedales de forma cómoda hasta tomar la pista principal que, desde la carretera Caniles-Abla, se dirige al cruce de los Cuatro Caminos.
La tarde se ha vuelto a cerrar y vienen nubes grises por el sur. Un viento frío sopla por la izquierda mientras remonto las últimas pendientes bajo el cerro de la Virgen. Una vez ganado el collado me dejo caer no sin antes reponer agua en una generosa fuente que recuerdo en la primera curva a izquierdas. Enseguida contemplo el caserío de las Juntas en la ladera sur del Calar de Torcas. Tirando de zoom se aprecia al fondo el extremo oriental de Sierra Mágina y el collado característico que separa la molla principal de sus dos miles de la cuerda del Milagro. Tan lejos, tan cerca.
Cuando llego al coche voy aterido de frío. Es ya Junio, hora de la siesta y parece que estuviéramos en Abril. Me encanta este tiempo de amapolas, cereal verde, árboles en flor, nubes nerviosas y ventisqueros en las cumbres. Con total seguridad, las mejores galas para nuestra montaña del sur.
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José Antonio Pastor González
Hago montañas desde que tengo uso de razón. Primero al lado de casa en mi Atalaya y en el Almorchón de Cieza. Después por las sierras de Segura y Cazorla que son mi segundo hogar. Finalmente, y por supuesto, también en Sierra Nevada y el resto de las cordilleras Béticas.
Todas ellas son el terreno de juego protagonista de esta web gracias a la cual disfruto por partida doble: primero subiendo las cumbres y luego relatando mi experiencia. Sed bienvenidos y gracias por vuestra visita.