Aprovechando una charla invitada en Bedmar, me llevo la bici para dar un paseo saliendo de Quesada y recorriendo lugares como el Puerto de Tíscar, Puerto Llano, la Cañada de las Fuentes, Puerto Lorente y Siete Fuentes.
ficha

Sierra de Cazorla
marzo de 2022
5 h
75 km
1900 m
inestable, fresco
recorrido gravel por carreteras locales y pistas de macadán y tierra compactada, en ocasiones algo rotas; orientación sencilla
croquis en disponible más abajo
track disponible aquí

En un fin de semana dominado por Celia, la borrasca, he tenido que viajar a Bedmar, un precioso pueblo en la falda norte de Sierra Mágina para dar una charla. Ha sido una grata experiencia: Bedmar es un bonito pueblo de casas blancas con calles intrincadas colgadas literalmente de la Serrezuela, una altiva montaña punteada por olivos que se desparraman hasta lamer las correteras aguas del Guadiana Menor. Me refiero exactamente a ese río esquivo y quebrado que serpentea entre yesos y margas en lo más profundo de la cordillera. Pero lo mejor de todo, indudablemente, ha sido el calor de la gente y el trato de personas como Paco, Pablo y Javier. Muchísimas gracias por esta oportunidad.

A la hora de regresar me planteo aprovechar mi localización espacial — y especial — para hacer una visita al extremo sur del parque de Cazorla y Segura. En concreto, a la zona suroccidental que son las antípodas de mis coordenadas vitales. Dejo el coche en Quesada, en el área de autocaravanas, y me visto de bici. Hace una mañana templada y los rayos de sol se cuelan entre las crestas de los Agrios y unas nubes estancadas en las cumbres.

El pueblo está con las pulsaciones a mil. Hoy precisamente se celebra aquí el Campeonato de España de Ultra Trail. Atravieso el callejero y pronto estoy en la soledad del asfalto que remonta hacia Tíscar. Las melenas de los olivos están moteadas de barro por la reciente calima y en las paratas chorrea el agua de las últimas lluvias. Apenas hay tráfico y disfruto cada kilómetro mientras asciendo con la referencia del Torreón de Don Enrique.

En lo alto del puerto hay un control de la carrera. En la fuente de Carboneras repongo líquidos y me lanzo hacia las estrechuras del Santuario de Tíscar y los abismos de Don Pedro y Belerda. Esta carretera es una preciosidad y transitarla en bicicleta es un lujo. Compruebo con satisfacción como la zona del incendio se está recuperando y, con el viento en contra, llego al cruce de la pista que remonta a Puerto Llano.



Son las 12h30m, el día se está poniendo cada vez más feo, las nubes penetran desde levante y se arremolinan en los volaeros del calar de las Palomas. Valoro mis opciones y soy consciente de dos errores: 1) voy justo de abrigo y 2) también ando mal de comida. Me digo a mí mismo que voy a probar a subir un poco. Sólo la puntica.

Los primeros kilómetros me hacen dudar todavía más: el piso de macadán está descompuesto y la gravel fina no puede absorber tanto machaque. No me cunde y empleo mucho tiempo en llegar a la Ponderosa. Ahí me detengo para evaluar de nuevo mis opciones. Volver para atrás no me apetece nada: tendría que remontar otra vez el puerto de Tíscar por este lado y antes tragarme toda la bajada que llevo de piedra rota. ¿Pero es lógico seguir subiendo? La sierra, como si fuera consciente de mis titubeos, me obsequia con un claro de nubes por el que se cuela el sol hasta rebotar en las lanchas calizas de la loma del Cagasebo. Es una señal obvia. Vamos para arriba.

Animado por un terreno cada vez más favorable, transito bajo la Salteneja y cambio de margen en el barranco de la Canal para ascender hasta la curva de los Vaqueros. Ahí me encuentro con el paso de la carrera y los corredores que remontan hacia el cerro de Don Pedro y la Presilla. Esta gente está hecha de otra pasta. Las presencias humanas me animan y busco Puerto Llano cada vez con más ímpetu. Los últimos kilómetros son terribles: la pista tiene cada vez más pendiente y atraviesa un raspón de roca donde la piedra rota dificulta el avance. Además el frío y el viento me congelan las manos y me asaltan muchas dudas para el descenso.

Cuando por fin supero el puerto me abrigo rápido protegido entre los enormes laricios y me dejo caer hacia la Cañada de las Fuentes. Tengo los dedos acartonados y muy poca sensibilidad. Algunos copos se quedan enganchados entre los pliegues del chubasquero. Un vez paso el pino de las tres cruces salgo de las nubes y me detengo para recuperar sensaciones. Me estaba costando un mundo accionar las manetas metálicas del freno con los dedos índices. Un poco más abajo coincido con una pareja de jóvenes. Charlo con ellos. Me dicen que son de Baeza y me salvan de la pájara con un par de plátanos. Mil gracias.

En la cañada de las Fuentes echo de menos las grandes casas forestales. Del nacimiento del Guadalquivir mana un generoso caudal y enseguida tomo la pista que remonta hacia Puerto Lorente. Esta zona es espectacular: lóbrega, íntima, húmeda, escondida. El único claro de luz está precisamente en el collado que separa los Agrios del lomo del Gilillo. Unos pocos metros antes converso con un fotógrafo que también me ofrece una magdalena. Estoy salvando todas las bolas de partido gracias a que en el mundo te encuentras con gente cojonuda. Mil gracias otra vez.

Al volcar Puerto Lorente el cielo me regala una tarde soleada y calma. La tensión vivida en Puerto Llano contrasta con el apacible descenso hacia el control de Siete Fuentes. En el collado Zamora me detengo para atesorar este momento. La luz poniente rebota en las crestas de los Agrios y baña la loma de Úbeda donde se adivinan fogatas para quemar los restos de las podas. En el valle me espera Quesada y su caserío compacto en cuesta. Hacia allí me dirijo en vertiginoso descenso entre olivos y casas de campo. Al entrar en la carretera principal toca el último esfuerzo hasta llegar al pueblo. Prueba superada.

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