Sierra Nevada de Almería
abril de 2022
7 h
7 km
600 m
estable, frío
dificultad de conjunto ADsup para un itinerario que supera 450 m de desnivel; en general pendientes entre 45 y 60 grados con una cascada de 2 m a 75 grados y un diedro inicial de III
croquis disponible más abajo
track disponible aquí
Exactamente ha pasado una semana desde que estuvimos haciendo la actividad que os voy a relatar. Siete días en los que he dejado reposar las sensaciones de una jornada magnífica en la montaña. Para entenderlo mejor es necesario definir el contexto. Vengo de dos años sin invernales. El 2020 se fastidió con la COVID cuando mejor se pusieron las montañas. En el 2021 estuvimos cerrados, confinados, constreñidos a vivir y respirar limitados por rayas imaginarias de toda índole: municipales, provinciales, autonómicas.
Este 2022 llevaba también mal camino. Apenas un par de nevazos sueltos sin chicha ni limoná, una calima apestosa allá, un temporal acá. Pero nada más. Sierra Nevada mantenía un escaso manto blanco de color ladrillo por encima de los 2500 y punto.
Pero algo curioso ha sucedido en marzo. La dinámica de la atmósfera nos ha regalado decenas de récords y efemérides. Así, hemos entrado en abril con todas las montañas del sur ataviadas como novias en el día de su boda. Y nosotros, que somos muy amorosos, hemos tardado cero coma en plantarnos allí con nuestras mejores galas.
Es un domingo muy frío y el cielo está completamente despejado. Dejamos el coche en la pista que comunica la zona del Ubeire con el área de las Rozas. Nos internamos por un carril de servicio con los charcos helados. Sobre nuestras cabezas se yerguen las erizadas cumbres de la Sierra Nevada almeriense, una sorprendente muralla repleta de escarpes y rincones todavía por descubrir y explorar.
Hoy nos vamos a centrar en la Cumbre, una modesta prominencia de casi 2500 metros entre las cimas del Buitre y el Almirez. Si bien su itinerario normal es una vaguada sencilla y amplia, a poniente de ésta encontramos unos contrafuertes de esquistos aplanados con la típica inclinación forzada de los materiales nevadenses. En el argot popular estas formaciones se conocen como lastras. Es una hermosa palabra latina que proviene de lastricare y que significa pavimentar. En nuestro caso, el camino que vamos a definir y fabricar no es precisamente liso ni llano. Más bien todo lo contrario.
Félix se pone en cabeza y aprieta el paso pese a los armarios que llevamos colgados. Nino anda gaseoso y educadamente camina rezagado equilibrando presiones. Atravesamos el cortafuegos que desciende desde la misma cumbre de la Cumbre y nos adentramos en el barranco que forma un arroyo tributario del Ubeire o Lubeire. Echamos un vistazo al eje de la vaguada pero está impracticable. Además, nos llama mucho más la atención un contrafuerte rocoso de negras paredes que se alternan con repisas por las que nos vamos colando. Es un terreno asequible y más aún con esta nieve: consistente, sólida y en la cantidad perfecta. Podemos hacer tracción con los piolets y le ganamos metros a la montaña a base de dibujar quiebros y más quiebros.
En la parte superior del muro Félix sopesa sacar la cuerda. Yo estoy ya un buen rato pensándolo. No es difícil esto, pero la galleta es de helicóptero. Me lo comenta y le contesto afirmativamente:
– Claro. (La sacamos) Para lo que queda.
El mensaje que le transmito no cumple su función porque el maestro no escucha mis palabras escritas entre paréntesis y se queda con lo siguiente en modo irónico: ¡Claro! ¡Para lo que queda!
Total, que al final el payo se da media vuelta y lo veo desaparecer por detrás de unos bloques. No me queda otra que esperar a Nino hasta que se pone a mi altura y le digo que saquemos la cuerda. Finalmente, ganamos la parte superior del zócalo haciendo un único largo y asegurando al cuerpo. Nos reímos un rato, bromeamos sobre los efectos de la edad en la agudeza auditiva de los humanos y el malentendido no tiene mayores consecuencias.

Ahora tenemos por delante una pala de nieve con una leve inclinación. Arriba se dibuja el segundo zócalo de la montaña. Entre medias de las rocas se define claramente un corredor cuya parte más apretada está justamente al inicio. Mientras Félix resuelve un problema con sus crampones Nino y yo nos vamos aproximando a la base del canuto.
Conforme nos acercamos comprendemos que el toro es mucho más fiero de lo que pensábamos. Los efectos ópticos de la montaña. Nos perfilamos a la derecha del desagüe natural para esperar al maestro. Cuando llega se le dibuja una sonrisa de oreja a oreja: le encanta la marcha y aquí va a haber rock and roll del bueno. De primeras, se marca un breve largo para fijar una primera reunión justo en la base del paso más comprometido: una chorrera de hielo que tapiza la roca con un par de metros a 70 grados.
El sol hace rato que ha desaparecido y algunos jirones de niebla nos envuelven. La buena noticia es que la nieve sigue siendo excelente y, cuando los piolets entran hasta la cruz, tienes claro que podrían sostener hasta un autobús. Hacemos varios largos y la pendiente se sostiene siempre por encima de los 45 grados. La última reunión la monta Félix en un árbol que está en medio de la nada. A partir de ahí se adivina, se intuye, que el terreno es más favorable y sencillo. Aún así, todavía nos queda un largo de puntas, ya sin cuerda, hasta alcanzar las rampas somitales donde nos podemos relajar y caminar erguidos.

Estamos eufóricos. Hemos realizado una ascensión preciosa, en condiciones inmejorables, siguiendo un terreno de cierta dificultad y con la incertidumbre inherente y la emoción de descubrir una línea desconocida. Nos abrazamos felices y comemos de picoteo apoyados en una lancha de roca seca. Las nubes nos cierran por momentos y decidimos regresar por la vaguada central que es la vía normal de subida.
Una vez que descendemos por debajo de la cota 2200 las nubes se abren y nos dejan adivinar al fondo el cortafuegos hacia el que nos dirigimos. Nos quitamos los hierros en el refugio de Piedra Negra y caminamos en silencio hacia el coche. La tarde va cayendo y por el rabillo del ojo miramos hacia la derecha, hacia los barrancos y las pendientes, hacia las crestas y los filos de esta Sierra Nevada de Almería que tanta felicidad no está dando. Enseguida más.
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José Antonio Pastor González
Hago montañas desde que tengo uso de razón. Primero al lado de casa en mi Atalaya y en el Almorchón de Cieza. Después por las sierras de Segura y Cazorla que son mi segundo hogar. Finalmente, y por supuesto, también en Sierra Nevada y el resto de las cordilleras Béticas.
Todas ellas son el terreno de juego protagonista de esta web gracias a la cual disfruto por partida doble: primero subiendo las cumbres y luego relatando mi experiencia. Sed bienvenidos y gracias por vuestra visita.