Clásica subida a Cabañas, máxima altura de la sierra del Pozo, desde el Hornico. Visitamos también el Calar de Juana y descendemos por el salvaje arroyo de Guazalamanco y la casa de Arredondo.
ficha

sierra del Pozo
octubre de 2017
día y medio
28 km
1500 m
despejado, anticiclón, calor
actividad por viejos caminos forestales y sendas de piedra seca; la orientación en la zona de Puerto Pinillo y la Juanfría puede ser algo compleja; prever una jornada larga o dos cortas con vivac
croquis no disponible
track disponible aquí

Mucho tiempo sin subir a Cabañas. Quizás más de 5 años. No lo sé. El caso es que el amigo Manuel González de Cádiz estaba preparando su ruta anual por la sierra de Cazorla y la diseñó para subir esta cumbre. De este modo me puse en contacto con él y le comenté la posibilidad de que nos conociéramos por fin en persona junto al vértice geodésico. Toda una cita de altura sí señor.

Manuel y su grupo iban a subir desde el puente de las Herrerías por la zona de Peñalcón y el arroyo de Gualay. El que suscribe, debido a sus condicionantes paternales, tenía que salir tarde de Murcia así que opté por la ascensión más rápida y directa desde el Hornico. Me acerco tranquilamente por la A92 una mañana luminosa de otoño y a la altura de Baza tomo la carretera de Pozo Alcón. El termómetro del coche marca 25 grados y la atmósfera está cargada de polvo en suspensión y brumas. Los árboles comienzan a tomar el color cálido de la estación e incluso algunas hojas ya se desprenden de las ramas más expuestas.

En el Hornico dejo el vehículo y comenzamos la ascensión a buen ritmo. Moss va por delante y fija su atención en el eje del arroyo del Vidrio en el que, al parecer, se refugian algunos ungulados. El calor pronto hace mella en nosotros y buscamos rápidamente la sombra de los pinos y respiramos aliviados cuando la senda se perfila hacia la vertiente norte. ¡Qué aburrimiento de verano!

En apenas una hora llegamos al collado del Aire y atajamos entre la pinocha para coger el carril hacia la Fuente del Artesón. Al llegar a la misma el bueno de Moss se baña en uno de los tornajos de obra y respira aliviado. Yo me siento en una piedra y saco los frutos secos para coger algo de fuerzas. Son las dos del mediodía y llevo poco más de una hora caminando. Tengo que apretar para llegar a las tres que es la hora convenida. Lleno a continuación las dos botellas de litro y medio y continúo por el carril buscando el camino de herradura que, por el espinazo de la sierra del Pozo, me lleva hasta la cumbre de Cabañas.

En las Hoyas de las Cabañuelas ya están los arces tomando color. En ocasiones puedo contemplar la caseta de los forestales en la distancia. De ella me separan 300 metros en la vertical. Voy haciendo mis cuentas y me doy un margen generoso. Total, ahí arriba no me está esperando nadie porque la cumbre está solitaria. Manuel y los suyos están todavía por llegar.

Después de un fuerte repecho el camino de herradura desemboca en el carril empinado que asciende desde Puerto Llano. Unos metros más allá está el rellano donde los forestales aparcan el moderno pick-up de la Junta. En un cuarto de hora estoy ya en la caseta descansando a la sombra y poniéndole a Moss un buen cuenco de agua.

Hablo un rato con el forestal y me confirma que no ha subido todavía nadie. Tengo tiempo de sobra para comer tranquilamente, hacer fotos, mirar al horizonte y notar el aire tibio de este otoño veraniego que inunda toda la cuenca del Guadiana Menor. Tras los Agrios está Mágina muy desdibujada por la bruma. También el Gilillo parece estar adormecido por la calma chicha y, al norte, las grandes cumbres del parque: Empanadas, Banderillas, Yelmo. Todo está en su sitio tal y como se quedó la última vez que anduve por estas alturas: ahí los Campos, más abajo la cuenca del Guadalentín, enfrente el laberinto misterioso de la Cabrilla. Al otro lado de la Hoya de Guadix la soberbia sierra Nevada que aguarda impaciente las primeras nieves. Todo llegará.

Tengo tiempo para recrearme en todas estas montañas mías hasta que, por fin, aparece en una curva de la pista un grupo de senderistas que remontan decididos hacia la cumbre en la que me encuentro. Fácilmente los distingo pues no llevan mochila. En la cumbre se produce un encuentro emotivo de personas que se han conocido por internet y que, después de muchos años, pueden ponerse rostro más allá de la realidad virtual de la pantalla y el móvil. Muy buena gente este grupo de Manuel. Nos presentamos y esperamos pacientemente a que suba Ángel acompañado de Sampe.

Ahí viene Sansón con sus bastones y subiendo a su ritmo las últimas cuestas. Está hecho un chaval. Hacía exactamente 4 años de la última vez que nos habíamos visto también en esta sierra del Pozo. Moss está muy contento de ver a tanto personal y todavía se pone aún más feliz cuando Ángel le regala unas salchichas que ha subido más de mil metros desde el puente de las Herrerías.

«Disfrutamos todos juntos de la cumbre, de la tarde buena, del sol que se va venciendo tras las paredes de la caseta.»

Disfrutamos todos juntos de la cumbre, de la tarde buena, del sol que se va venciendo tras las paredes de la caseta y, ante la mirada algo sorprendida del guarda, nos vamos despidiendo de Ángel porque se vuelve con Sampe por Puerto Llano. Yo me quedo con el grupo de Manuel para descender a trocha hacia la cabecera del Guazalamanco para así tomar el viejo camino de Puerto Pinillo en el Caballo de la Cañá de Varas. Debo confesarlo: le tengo mucha querencia a estas hoyas que quedan a oriente en las alturas del Pozo. En ellas los arces ponen el contrapunto cálido de color frente al gris de la caliza y el frío verde de los laricios. Y sorteando las dolinas, las simas y las paredes, está el viejo camino serrano que subía por Guazalamanco hacia el puerto. Una senda de piedra seca reforzada con hormas, maravilla de ingeniería realizada con material autóctono, sin impacto visual ni apenas desgaste por el paso del tiempo; si acaso, la invasión paciente y silenciosa de la arbolada que cerca el camino en sus puntos más débiles, justo donde las aguas rompen su continuidad.

Buscamos la fuente de la Juanfría remontando una vaguada misteriosa bajo la imponente mole del Puntal del Buitre. En la zona superior del barranco encontramos la surgencia que mana directamente de la roca y planteamos el vivac. Una cena divertida sentados en el curso seco de una torrentera, el vino bueno, el ron miel, el jamón, la conversación, las bromas. Pronto el frío nos lleva a los sacos donde, los más inquietos, podemos contemplar el espectáculo de la luna saliente que rebota en las crestas de la divisoria. El elevado albedo de la roca caliza ilumina todos los rincones de esta vaguada estrecha en la que nos encontramos. Es tal la intensidad de la luz que parece el mismo sol el que nos está alumbrando. Tan sólo los pinos blancos le añaden una nota de oscuro misterio a este paisaje fantástico.

Con las primeras luces del alba nos removemos en los sacos. Desayunamos en silencio y vamos arreglando las mochilas para salir pronto pues la jornada es larga. Caminamos un breve trecho siguiendo la vaguada hasta que nos salimos por una vereda perdida que entronca directamente con el camino de Puerto Pinillo sin perder altura. Aquí me despisto unos instantes y hago subir al grupo hasta el mismo puerto cuando era más directo abordar el Calar de Juana por abajo.

No hay problema. Esta gente es dura y está motivada. Finalmente encuentro la vaguadilla que andaba buscando y hacemos un todo tieso para ponernos en la superficie del calar. El día ya está con calina y algunas brumas en el fondo de los valles más profundos. Avanzamos entre piornos, roquedos y lapiaz hasta coronar el risco de Peña Juana. Éste es el límite que me he asignado para regresar sin tardanza hacia mi destino que está en el Hornico.

«Me despido del grupo con el que he compartido unas horas de sierra que equivalen a muchas jornadas en el tiempo de la ciudad.»

Me despido del grupo con el que he compartido unas horas de sierra que equivalen a muchas jornadas en el tiempo de la ciudad. Enseguida vuelvo sobre mis pasos y desciendo directamente a la Nava de la Peguera que destaca entre la espesa pinada. De ahí nos tiramos por una ladera y cogemos el camino de Puerto Pinillo ahora en dirección sur. Pasamos junto al desvío que baja hacia el Molinillo y me asomo al cauce del Arroyo Frío para visitar el tejo y comprobar si sale algo de agua de la lancha de roca. Nada. Estamos apañados.

Recupero otra vez el camino hacia el Guazalamanco y engancho con el carril que sube desde la pista de la Bolera. Sigo el carril unos 200 metros y desciendo por la vieja senda de piedra seca que ahora está mucho más recuperada. Lo habitual en los últimos años era hacer este tramo pegados al eje del barranco pero, por fortuna, el personal se ha acostumbrado a seguir el camino original, mucho más lógico y menos esforzado.

Tras algunas zetas llego al cauce del Guazalamanco donde nos hinchamos de agua y comemos las últimas provisiones. Le doy a Moss lo que queda de espetec y unas galletas y yo termino una lata de atún y un mendrugo de pan. Me genera un sentimiento nostálgico ver ese cable que, probablemente, comunicaba dos casas forestales. ¿La de Arredondo con los Arredraeros? ¿Con la de la Yedra? No sé. No importa.

Este sendero que baja junto al Guazalmanco no tiene nada que envidiarle al Cares o a la vereda de la Estrella. Tampoco a la senda de los Cazadores de Ordesa. La grandeza de los Torcales de Linares, la bravura del Guazalamanco y la soledad de esta sierra son ingredientes que mezclan de lujo para ser degustados por los más exigentes montañeros y senderistas. Siempre que vuelvo por aquí me siento como la primera vez: todo por descubrir.

De Arredondo a la vertiente del arroyo de la Venta hay un suspiro. Aquí han abierto un carril que sube hasta casi el mismo Picón de Hernández. Yo continúo ya en piloto automático devorando los últimos kilómetros hasta superar el colladete que me separa del arroyo del Vidrio y el Hornico. A Moss le tengo reservada una garrafa de ocho litros para que se recupere. El viaje de vuelta es tranquilo. Por el rabillo del ojo en la A92 miro hacia poniente todas las sierras que más quiero. También hacia levante donde está Baza y Filabres. Y no digamos ya por el retrovisor donde el Picón de Jerés está esperando esas primeras nieves. Enseguida.

fotos

en la sierra del pozo


José Antonio Pastor González


Hago montañas desde que tengo uso de razón. Primero al lado de casa en mi Atalaya y en el Almorchón de Cieza. Después por las sierras de Segura y Cazorla que son mi segundo hogar. Finalmente, y por supuesto, también en Sierra Nevada y el resto de las cordilleras Béticas.

Todas ellas son el terreno de juego protagonista de esta web gracias a la cual disfruto por partida doble: primero subiendo las cumbres y luego relatando mi experiencia. Sed bienvenidos y gracias por vuestra visita.

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