Breve reseña del libro de Kurt Diemberger sobre su experiencia en el K2 en el año 1986. Recomendable lectura de la que hemos extraído muchas enseñanzas.

Últimamente leo mucha literatura de montaña. Esto se debe a mi estado actual en el cual la prioridad absoluta es la crianza y no tengo la cabeza para afrontar bacalaos serios. Para no desconectarme de un mundo que ha sido en los últimos años mi ambiente habitual, por las noches, con la luz del frontal para no despertar a nadie, devoro los clásicos de Rébuffat, Bonington, Messner, Simpson, Bonatti y Kukuczka.

El último libro que he leído es de Kurt Diemberger y se titula K2. El nudo infinito. En él narra la historia de su relación con el K2, una montaña fantástica que le llevaba de cabeza. En esta locura no andaba solo, sino que le acompañaba Julie Tullis, una escaladora británica que aspiraba a cumplir su sueño de hollar la cumbre del gigante del Karakórum. Evidentemente, no os voy a contar lo que ocurre en el mismo, eso os lo dejo para que lo disfrutéis vosotros mismos con la lectura del volumen. Simplemente me gustaría apuntar tres reflexiones:

1) Los detalles nimios marcan el devenir de cualquier expedición. En esta historia se plasman situaciones que parecen irrelevantes, intrascendentes, pero que luego resultan ser de vital importancia para el desarrollo posterior de los acontecimientos. Por ejemplo, el hecho de disponer de una tienda más en los campos de altura que permita un descanso razonable en lugar de estar apretujados. Otros detalles que marcan el final de la película: la falta de entendimiento entre varias expediciones por motivos de idioma. Son pequeñas cosas, de muy poco peso, pero que al sumarlas en conjunto inclinan la balanza hacia el plato más grave.

2) Hace 30 años, cuando ocurrió lo que se narra, el desarrollo tecnológico no era el mismo que ahora. Por ejemplo, no disponían de predicciones meteorológicas suficientemente finas. Así, se aventuraban en los campos de altura desconociendo lo que iba a ocurrir dentro de varios días. Otra cosa: los walkie-talkies eran muy pesados y la comunicación entre los campos y el base era complicada. De hecho, en los ataques a cima no lo llevaban en la mochila por lo que esto también tiene su importancia. Finalmente, a la hora de orientarse, no existía el GPS y el descenso en condiciones de ventisca o tormenta resultaba imposible.

3) Al hilo del punto anterior, mi reflexión personal es que el compromiso que ahora existe en el momento de afrontar una montaña difícil es, en la actualidad, muy inferior a cuando lo hacían estos monstruos. Y eso que estamos hablando de 1986. No digamos ya si nos remontamos a las primeras expediciones del siglo XX. Todo ha cambiado y, en la actualidad, el alpinismo/himalayismo es una práctica con muchas más garantías y menos mérito, así de claro. Si nos ceñimos a nuestro entorno y por poner un ejemplo que todos seguro que entendemos: hace 15 años se funcionaba sin GPS y sin Wikiloc. Sólo los más atrevidos, los más osados y los que sabían interpretar el territorio, descubrían nuevas sendas y rutas. En la actualidad, cualquier socio con su Garmin y su cuenta de Wikiloc puede realizar las rutas más complejas — en lo que a orientación se refiere — sin necesidad de saber reconocer qué es un collado, una divisoria o un espolón. El compromiso ya no es el mismo y el valor de las actividades ha decrecido. Es mi opinión.

Para terminar os recomiendo la lectura del volumen que está editado por Desnivel. Pese a algunos errores ortográficos y a una edición mejorable, el libro es un tesoro y un fiel retrato de la condición humana, como siempre suele ocurrir en los dramas que se viven en la zona de la muerte. Que ustedes lo aprovechen.


José Antonio Pastor González


Hago montañas desde que tengo uso de razón. Primero al lado de casa en mi Atalaya y en el Almorchón de Cieza. Después por las sierras de Segura y Cazorla que son mi segundo hogar. Finalmente, y por supuesto, también en Sierra Nevada y el resto de las cordilleras Béticas.

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