Bastante cansados por el desnivel, por los armarios y por la altura uno a uno alcanzamos la barandilla del refugio de Goûter. Nos recibe un viento gélido e intenso que nos quita las pocas ganas que nos quedaban de montar las tiendas. Hablamos con uno de los guardas…

Un reportaje sobre el Mont Blanc no requiere justificación. Digo esto porque voy a poneros una corta serie de entradas sobre algo que aconteció hace ya la friolera de tres años. Abducido por la actividad diaria y de los fines de semana nunca había tenido un lapso suficientemente amplio como para ocuparme de reportajes pendientes y antiguos. Estas últimas dos semanas hemos estado de parón por varios motivos y esta tarde, tras regresar de un viaje urbano, me apetecía mucho respirar montaña, aunque fuera a través de la pantalla. Aquí estamos pues para sacar a la luz cosas que no pueden quedar en el olvido.



Víctor calibra la montaña y nuestras posibilidades

Tras la expedición al Mont Blanc del año 2006 y nuestra retirada por mal tiempo en el Dome de Goûter llevábamos dándole vueltas a la cabeza al regreso a esta montaña. Esta vez íbamos a ser cinco los integrantes del grupo: a Bernardo y a mí se nos unía la savia joven de Miguel, Manolo y Víctor, gente muy fuerte y con muchas ganas que es uno de los ingredientes más importantes para hacer montañas grandes.

El 15 de Julio de 2007 volamos desde Madrid a Ginebra y buscamos en el aeropuerto una combinación asequible que nos acerque a Chamonix. Perdemos por pocos minutos uno de los trenes y el siguiente sale después de unas horas y no queremos esperar tanto. La única opción es un taxi en el que entramos a regañadientes tras una batalla psicológica con el conductor. Éste nos esperaba sabiendo que, más pronto que tarde, iríamos a caer en sus redes. Mientras pasamos al minibús lo miramos de reojo y vemos lo que lleva escrito en la cara: os voy a crucificar.

En lugar de llegar a Chamonix nos quedamos en Saint Gervais donde tenemos mucha suerte y nos alojamos en un pequeño hotel acogedor. Paseamos, descansamos, preparamos el material y finalmente nos vamos a la cama sabiendo que mañana tiramos para arriba utilizando el tranvía del Mont Blanc que nos ahorrará ni más ni menos que 2000 metros de desnivel entre el valle y el Nido del Águila, a 2372 metros.



Paso de la bolera

El día 16 de Julio amanece despejado y claro. Cogemos el tranvía lo más pronto posible y a las diez de la mañana ya estamos ascendiendo por el caos de bloques que nos separa del glaciar de Tête Rousse. Justo a la altura de este refugio nos ponemos los crampones y encaramos el primer paso delicado: la bolera. El estado de la montaña es casi primaveral por la gran cantidad de nieve acumulada. Por otra parte, es ya mediodía y no hace mucho frío. Ambas condiciones se conjugan y multiplican para que el paso esté más peligroso que nunca — aquí asumimos un error nuestro por entrar en esta zona con el día tan avanzado — por lo que debemos progresar con mil ojos.



En la arista de Gouter, tramos de mixto antes del refugio

Tras algún susto que otro con un par de piedras como jamones que vemos desprenderse por el centro del corredor ganamos la zona de itinerario mixto que hay bajo el refugio de Goûter. Hay muchísima gente que desciende desde la cumbre y eso nos anima aunque las noticias que nos llegan son de fortísimos vientos en altura. Por otro lado, tenemos que procurar continuamente situarnos fuera de la línea de otros escaladores ya que esta parte es muy peligrosa por la masificación y los desprendimientos. Especial atención requieren los grupos organizados en los que el guía experto lleva encordados a varios clientes, algunos de ellos con signos evidentes de tener muy poca experiencia en montaña.



Croquis para la ascensión al refugio de Gouter (la foto está tomada unos días después)

Bastante cansados por el desnivel, por los armarios y por la altura uno a uno alcanzamos la barandilla del refugio de Goûter. Nos recibe un viento gélido e intenso que nos quita las pocas ganas que nos quedaban de montar las tiendas. Hablamos con uno de los guardas de este claustrofóbico refugio y, aunque no quedan plazas, nos permiten dormir en el comedor, bajo las mesas. Algo es algo pensamos.



Refugio de Goûter, haciendo tiempo en el comedor abarrotado

La tarde la empleamos en descansar, beber, mirar una y otra vez las noticias de la météo y departir con otros compañeros. La noche ya se cierne sobre los valles mientras que todo el personal comienza a retirarse a las habitaciones. Aquí la energía eléctrica — y cualquier otra — es un lujo y no conviene malgastarla. Nos acoplamos más mal que bien entre los bancos y bajo los tableros de las mesas e intentamos descansar unas horas: las horas breves que nos separan de las dos de la madrugada, cuando los guardias pongan en marcha el grupo electrógeno que iluminará unos rostros que, por encima del evidente cansancio, seguro que también anuncian ilusión y ganas.

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José Antonio Pastor González


Hago montañas desde que tengo uso de razón. Primero al lado de casa en mi Atalaya y en el Almorchón de Cieza. Después por las sierras de Segura y Cazorla que son mi segundo hogar. Finalmente, y por supuesto, también en Sierra Nevada y el resto de las cordilleras Béticas.

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