En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme comienza esta historia. Con los estómagos rugiendo tras más de dos horas de camino entramos a un pueblo pequeño para evitar el atasco en la A3 a la búsqueda de un refrigerio. El pueblo no tiene nada que ofrecernos, apenas un pequeño colmado con las magdalenas caducadas. Esto, evidentemente, era un presagio de todo lo malo que habría de sobrevenirnos por embarcarnos en esta aventura.
Pero antes de entrar en los detalles vamos a presentar a los protagonistas. En primer lugar está Bernardo, «el puilla», compañero eterno en casi todos los marrones que me he tragado en la facultad y en la montaña y que hace gala siempre de una tranquilidad que al resto nos pone de los nervios. Y es que, Bernardo, ni siente ni padece. Su carácter de gato remolón que se agarra con las uñas a las mantas para no madrugar es la única licencia emocional que puede permitirse. El resto: impenetrable dureza y gesto hermético, como en la foto.
Aquí tenemos al siguiente protagonista, Salva Trombón que es como figura en mi listín telefónico. Este Salva sabía a lo que venía: a sufrir. Y lo peor de todo es que, al tener conciencia de ello, jamás pudo reprocharnos nada para desahogarse. Tuvo que tragarse toda la hiel en los momentos más malos. Al menos, por las noches, nos acercábamos a él en el iglú y le dábamos amor para que lograra sobreponerse en la oscuridad a esa nostalgia tan profunda de su colchón y sus días de piscina en la tumbona del Club de Tenis.
El tercer y último careto de esta historia es el tipo calvo que aparece en la foto (de Salva) y que firma estas crónicas tan sentimentales y nostálgicas. Este tío se inventa cualquier cosa con tal de no parar más de dos semanas seguidas en el mismo puerto: que si Picos, que si Teruel, que si la Sagra, que si Danubio, que si… ¡¡¡Muchacho!!! ¡¡¡Para ya y céntrate!!! Pero resulta complicado que el zagal se quede tranquilo. Alguna extraña propiedad tiene esa calva para captar toda la radiación ultravioleta que le desquicia el cerebro y no puede estarse quieto en el brasero de su casa.
Y tras haber conocido a los «protas» de esta historia vayamos a lo acontecido. Tras dormir en Posada de Valdeón, en la famosísima pensión Begoña, tiramos en coche hasta Cordiñanes por una carretera de dos metros de ancha (literal). Mejor no cruzarse con el camión de la basura en estas curvas que la cagamos. En Cordiñanes dejamos nuestro coche y nos metemos en un sendero equilibrista que busca la Canal del Asotín.
Aquí vemos el comienzo del sendero en las últimas casas de Cordiñanes.
Y aquí vemos la acrobática vereda que nos va acercando a la vega de Asotín.
A nuestra izquierda está la profunda hendidura del Cares y el macizo Occidental que se descuelga estrepitosamente sobre el río.
Pero nosotros nos olvidamos del estrépito y nos sumergimos en el mundo mágico de las hayas y su luz tamizada. No sé qué tendrán estos bosques que me embrujan.
Nos embrujan y encantan (foto de Salva).
Pero conforme ganamos altura la vegetación arbórea desaparece y entramos de lleno en el paisaje habitual de Picos: la roca desnuda, los paredones amenazantes, los canchales inmensos, las breves vegas entre tanto gris calizo…
Y en Picos también es habitual esto: subir, subir y subir. Mucho desnivel en muy poco terreno. No hay otras montañas en España con mayores desniveles.
Pero no todo va a ser penar. Picos también nos ofrece lirios como éste para que lo disfrutemos.
Y aquí tenemos otra muestra de que no sólo la grandeza de Picos está en lo grande (foto de Salva).
Y entre unas cosas y otras, pues ya hemos ganado muchos metros y se nos asoma por detrás la Peña Santa de Castilla, una de las cimas más exigentes del macizo Occidental (foto de Salva).
Pero nosotros estamos en el Central y en nuestras propias exigencias, que no son pocas. Queremos pasar la noche en Collado Jermoso y por ahora no vemos la luz. Vamos, que ni refugio, ni intuimos por dónde va a ganar la senda dicho collado, ni nada… Tanta oscuridad nos apesadumbra y Salva ya está pensando en su sofá. No sabía lo que le quedaba.
Esta claro que en esto de hacer montaña la clave es la paciencia. Y ésta se alcanza entreteniéndose uno con los pequeños detalles. Aquí tenemos el típico «jito» de estos lares con una marca de PR, el mismo que nos llevará a Collado Jermoso… aunque claro, decir que esto es una ruta senderista me parece, como poco, una broma.
Estamos en plena siesta pero apenas notamos el calor. Aquí la senda flanquea toda la ladera hasta encontrar una canal tan cerrada que desde aquí no la vislumbramos. Es por esa canal por donde se gana el collado Jermoso y nuestro hermoso descanso.
Y tras dicha canal y una comida rápida vemos el característico tejado verde de este refugio, tejado que según nos contó el amabilísimo guarda, salió volando la primavera pasada. El amabilísimo guarda nos hizo desistir de nuestra idea de atravesar el Tiro Calleja con los armarios a cuestas y nos recomendó otro recorrido «mucho mejor» para alcanzar al día siguiente la cabaña Verónica. Nos estuvimos acordando del amabilísimo guarda todo el viaje. Sin acritud.
Como la llevamos a las costillas y nos ahorra unos eurillos, montamos la tienda unos metros detrás del refugio y nos deleitamos con las luces, las nubes, los reflejos, etc.
Nos ensimismamos tanto en nuestros pensamientos que a algunos ya les echa humo la cabeza de tanto darle al tarro (foto de Salva). Y eso que este Bernardo ni siente ni padece, pero claro, tampoco es plan de que se le estropee la junta de la culata así que lo sacamos de su paranoia y nos lo llevamos de compras.
Cogemos nuestras bolsas del super y tiramos hacia la niebla, a ver si se nos aparece algún bicho por ahí.
Y lo que nos encontramos es con esta maravilla. Aquí Salva se siente «perdutto nel cosmos» y se cuestiona: ¿qué coño hago yo aquí con el par de colgaos estos que se me van a escoñar en la primera grieta que veamos?
[Panorámica, pincha aquí. Foto de Salva]
Pero está claro para lo que estamos aquí. Estamos aquí para grabar todo esto en nuestra retina — y en las tarjetas SD de las cámaras, claro.

José Antonio Pastor González
Hago montañas desde que tengo uso de razón. Primero al lado de casa en mi Atalaya y en el Almorchón de Cieza. Después por las sierras de Segura y Cazorla que son mi segundo hogar. Finalmente, y por supuesto, también en Sierra Nevada y el resto de las cordilleras Béticas.
Todas ellas son el terreno de juego protagonista de esta web gracias a la cual disfruto por partida doble: primero subiendo las cumbres y luego relatando mi experiencia. Sed bienvenidos y gracias por vuestra visita.
Acabo de descubrir vuestra web y estoy leyendo algunas entradas dedicadas a vuestras travesías. He de decir que me encantan, las fotos y las historias. Yo también hago alguna travesía que otra por Pirineos e incluso estoy pensando la opción de llevarme el perro (algo que me encantaría), solo que el mio es quizás demasiado pequeño (es un westy pero muy troton y aguanta mucho). He visto en alguna foto que llevas una pequeña bolsa lowepro para la cámara y colocada delante y es justo como pretendo llevar yo la mía (creo que hasta parece ser la misma que la tuya), pero ¿cómo la sujetas la cinta por detrás para que no se escurra?…había pensado meter el cinturón de la mochila por las evillas pero así queda muy baja y es incómoda para andar…gracias de antemano por tus consejos y enhorabuena por esta web
Muy buenas Juan. Perdona que no te haya contestado antes pero he estado sin internet algunos días. Me alegro de que hayas disfrutado con nuestras historias. Publicamos en internet para volver a disfrutar lo mucho que gozamos en los días de monte.
En cuanto a llevarte a tu perro no creo que tengas problema. El tamaño en mi opinión es irrelevante. Lo importante es evitar los calores fuertes y tener siempre a mano mucha agua para que no sufran, porque ellos pasan mucho más calor que nosotros.
Buen ojo para lo de la cámara. En aquellos tiempos llevaba una D80 y la bolsa es una LowePro. La cinta se sujeta por atrás porque cae sobre las tiras de la mochila que sujetan ésta a los hombros. Es un sistema cojonudo aunque si la cámara pesa mucho entonces irás algo baldado, pero merece la pena porque siempre la tienes a mano para cualquier historia. Ya sabes que esto es esencial para hacer fotos inesperadas aunque, ¿qué te voy a contar a ti que no sepas de estas cosas fotográficas? ç,-)
Muchas gracias por contestar. Si te he entendido bien, entonces quitas uno de los enganches de la bolsa cuando quieras quitarte la mochila…probaré esta tarde en casa a ver como me queda, ya te he dicho que me parece perfecto para lo que ando buscando, en anteriores travesía he ido con una Canon 7D y mas cacharros con mucho peso, pero la semana que viene salgo al Posets y estreno en este tipo de escapadas una fuji mucho mas pequeña y estoy deseando tener esa comodidad y equilibrio entre peso y calidad. Gracias de nuevo.
¿Pero qué comentarios son esos? Que no os engañe este tío!
No hubo dolor alguno, la tienda por las mañanas olía a claveles recien cortados y la comida era exquisita. La única verdad era que a la hora de dormir, Bernardo y yo, teníamos que aguantar que al minuto de tumbarnos, un tercero estaba ya roncando mientras nosotros dábamos miles de vueltas hasta que se hacía de día. Muy hermoso.
Jaja, genial Jose. No dejes de arrancarnos la sonrisa con tus crónicas y de mostrarnos esos paisajes que parecen imposibles.
Besicos
Gracias Juanra. Pero en las fotos no se ven los sudores, los dolores de riñón, la peste que echaban los dos que me acompañaban y encima sus ronquidos jejeje… Un abrazo campeón y gracias por visitar. Da recuerdos por ahí.
Que bien que os lo montais, ya me se yo mas de uno que le encantaria estar en esas aventuras. Un abrazo