Con mucho trabajo retomo la bici para que no me tengan que esperar mucho rato y cuando llevo un par de kilómetros, al doblar una curva me encuentro a mis compañeros bajo un pino. Llego y me dicen que cambiamos de planes, que nos salimos de la ruta para bajar a dormir a algún pueblo, que le den por saco a dormir en el refugio del Doctor porque quedan muchos kilómetros de ruta y muchos metros de desnivel. Me sorprendo gratamente porque la verdad es que la bici me sale por las orejas y sonrío al comprobar como no soy el único que está hasta las narices. Mi dolor de rodillas se une a escalofríos, temblores y calambres que otros colegas están sufriendo. Bueno, pues vámonos para el valle a dormir limpios y con cena caliente.

Aquí cometemos el clásico error de relajarnos pensando que todo está ya hecho… que sólo va a ser bajar y tirarnos cuesta abajo. Error en el sistema. Resulta que vamos hasta Huéneja pero aún nos queda superar una bajada trialera de las de coger la bici al hombro y unos últimos kilómetros de asfalto que nos acercan a esa cena maravillosa.


[1 y 2 de Julio de 2006]

Las cifras lo dicen todo en rutas como esta. El primer día, casi 120 kilómetros y más de 2000 metros de subida acumulados con los petates bajo el culo. Aún así, no me puedo resistir a comentar por encima los lugares y momentos que más merecen ser recordados incluyendo, por supuesto, los sudores y lágrimas.

Preparando las bicis al principio de la ruta en la Calahorra.

Salimos de El Castillo, hotel-restaurante de la Calahorra que nos sirve como campo base para montar las bicicletas. Empezamos con un calentamiento por asfalto subiendo la Ragua, unos 1000 metros para arriba repartidos en 14 kilómetros. Vamos muy frescos y algo rápidos para lo que sería mi ritmo pero es lo que tiene ir en grupo. Aunque no son ni las 9 de la mañana estamos ya sudando muchísimo, preludio de que vamos a tener una buena parrillada al mediodía.

En la solana de Sierra Nevada... tomando unas curvas al estilo chopper de Sergio.

Al llegar al puerto descansamos unos minutos para comer algo rápido y pronto tomamos una pista de tierra que va ascendiendo y superando la ladera meridional del Chullo, techo de la provincia almeriense. Estamos cada vez más altos y en determinados momentos se puede decir que hace hasta fresco. La pista cada vez se pone más empinada y aquí la gente no se corta nada porque va dando cera… en un arranque de optimismo («arrancás de caballo, parás de burro») me meto en la refriega y hago sobreesfuerzos que luego me van a pasar factura. Monsieur Maço no gasta bromas.

Panorámica de la Sierra de Gádor.

Tras llegar al punto culminante de la ruta estamos a unos 2450 metros y hemos acumulado unos 1400 de subida. Nos dejamos caer por una pista muy cómoda y con vistas amplísimas hacia el Sur donde se aprecia la cuenca del río Adra, la Sierra de Gádor y la brumilla de un mediterráneo que respira sudoroso apretado por la canícula del verano.

La divisoria de la Sierra Nevada almeriense desde el sur... perfiles suaves y alomados que contrastan con la irascible cara norte.

El descenso va ganando cada vez más fuerza y vamos dejando a nuestra izquierda los dos miles principales de la sierra nevada almeriense: el Buitre, el Almirez y la Polarda. Pronto doblamos hacia el Norte y seguimos perdiendo altura demasiado alegremente. Esto va a ser una hemorragia porque metro que perdemos metro que vamos a tener que recuperar.

Bajo el peñón de la Polarda en un momento de calma...

En una de las rectas más largas pego un llantazo y pincho. Cambiamos la rueda y seguimos para abajo esquivando unas nubes de mariposas muy molestas que nos salen al paso desde los pinos y cuyo sabor será difícil de olvidar. Dejamos una distancia amplia entre unos y otros porque apreciamos que cuando no pasa nadie las mariposas se quedan entre los pinos, pero en cuanto ven pasar a uno de nosotros se vuelven locas y se tiran…

En la zona de la umbría bajo los imponentes farallones de la cara norte.

Después de mucho bajar estamos a 1300 metros. Paramos en una fuente para beber agua y comer algo con sustancia. De nuevo, retomamos el camino y notamos que estamos muy bajos por el calor. ¡QUÉ CALUFA! Quizás más de 30 grados y una luz pesadísima que se refleja en los esquistos y que nos hace resudar en las cuestas. La pista vuelve a picar para arriba y vamos ganando metros, ahora de forma penosa. Me quedo con Charlie en el furgón de los sprinters y dejo que los búfalos tiren para adelante. Me empiezan a doler las rodillas – ambas – y sé que simplemente se trata de que no quieren más cuestas.

Otra visión de las Nortes.

En un recodo de la pista paramos un buen rato para refrescarnos porque baja un arroyo desde las imponentes y fieras caras norte de esta Sierra Nevada Almeriense. ¡Qué diferencia entre ambas vertientes! La sur redondeada y amigable, la norte inexpugnable y abrupta. Me apetece volver a comer así que me quedo el último disfrutando de unas pipas y galletas de chocolate. Ya que queda tanto metro para arriba, mejor afrontarlos con tranquilidad y con el estómago lleno.

Saliéndonos de la Sierra hacia Huéneja.

Con mucho trabajo retomo la bici para que no me tengan que esperar mucho rato y cuando llevo un par de kilómetros, al doblar una curva me encuentro a mis compañeros bajo un pino. Llego y me dicen que cambiamos de planes, que nos salimos de la ruta para bajar a dormir a algún pueblo, que le den por saco a dormir en el refugio del Doctor porque quedan muchos kilómetros de ruta y muchos metros de desnivel. Me sorprendo gratamente porque la verdad es que la bici me sale por las orejas y sonrío al comprobar como no soy el único que está hasta las narices. Mi dolor de rodillas se une a escalofríos, temblores y calambres que otros colegas están sufriendo. Bueno, pues vámonos para el valle a dormir limpios y con cena caliente.

Aquí cometemos el clásico error de relajarnos pensando que todo está ya hecho… que sólo va a ser bajar y tirarnos cuesta abajo. Error en el sistema. Resulta que vamos hasta Huéneja pero aún nos queda superar una bajada trialera de las de coger la bici al hombro y unos últimos kilómetros de asfalto que nos acercan a esa cena maravillosa.

Finalmente llegamos a nuestro destino y tras una cena homenaje, una vuelta en pacharán y una dormida magnífica, retomamos las bicis por la vía de servicio de la A92 para llegar a la Calahorra y cerrar esta elipse de durísimas cuestas y largos desniveles.


José Antonio Pastor González


Hago montañas desde que tengo uso de razón. Primero al lado de casa en mi Atalaya y en el Almorchón de Cieza. Después por las sierras de Segura y Cazorla que son mi segundo hogar. Finalmente, y por supuesto, también en Sierra Nevada y el resto de las cordilleras Béticas.

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