Ahora que estamos en el centro del invierno me apetece mucho recordar el verano. Tuvimos la suerte de pasar todo el mes de Agosto en Cuena, un pueblito a los pies de la Cordillera Cantábrica, en la raya que separa Cantabria de Castilla. (Muy cerca quedaban lugares como Reinosa y Aguilar de Campoo.)
Allí fuimos felices con los críos. Hacía frío por las noches y por el día un sol tibio. La casa estaba junto a un bosquete de robles. La hora de la comida nos la marcaba el paso del hullero y al atardecer las vacas nos rodeaban para recordarnos que era el momento de empezar a hacer la cena.
A tiro de piedra teníamos muchos sitios interesantes. Lugares con monasterios, cuevas gigantes, bosques misteriosos y pepinos tremendos como el Pico Tres Mares y toda la Montaña Palentina. Anduvimos por Valderredible y rodeamos el embalse del Ebro. Nos acercamos a las fuentes del río de Iberia y descendimos a nivel de mar para visitar una abarrotada Santander.
En la cuenta de resultados tengo marcados unos 5 rulos de mantequilla, unas 15 cajas de Nicanores de Boñar y 3 kilos de más que me bajé para casa. No me importó en absoluto. La serenidad, la quietud, el cielo abierto, la hospitalidad, el horizonte sinuoso de montañas, el aroma del mar muy próximo y el tupido bosque donde nos adentrábamos buscando moras nos están esperando. Ojalá podamos repetir.
MontañaCordillera CantábricaFechaAgosto de 2017URLwww.facebook.com